miércoles, 26 de septiembre de 2012

La pareja de hierro. Oxidado.


Las parejas de hierro nunca me han gustado porque acaban siempre oxidándose. Y aunque intentéis quitar el óxido siempre queda algo abajo, y eso es jodido.
Las parejas de hierro se forman a partir de que el amor desaparece. Y como ya dijeron una vez ¿Sabéis lo peor del amor cuando se acaba? que se acaba. Pero ellos se empeñan en que no, que hay que seguir juntos. 
Pues bien, de una pareja de hierro venía hoy a hablar.
Ellos viven en una burbuja en la que para ellos el amor es lo de menos, y estar juntos, queriéndose, lo de más.
Son capaces de superar cualquier barrera, y eso de que juntos pueden con cualquier cosa, porque creedme, que es 
verdad. Las peleas, los baches, eso de tropezarse ya no es un problema para ellos. De tantas veces que ya lo han hecho se vuelven inmunes. "Somos de hierro, podremos con todo", pero no, no podréis con todo sino aguantaréis todo.
Ellos dicen que se quieren, se dicen cosas bonitas al oído, se escriben cartas, no pueden vivir sin el otro. Ya no: dependencia.
Incluso han retado hasta el tiempo y el espacio, sin darse cuenta de que el amor no entiende de eso.
Y a veces los ojos no sonríen, quizás esas veces son ellos los que lloran. Y aunque parezca que el cielo se le cae encima, son la pareja de hierro. Pueden con todo.
La lluvia no les moja, ellos ya lo hacen solos.
El sol no les calienta, ellos ya lo hacen solos.
Dependencia. 
Necesidad.
¿Amor? No. Eso no es amor.
Aunque él es para ella, ella es para él. 
No quieren nada más, no pueden vivir con menos.

©Alejandra
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martes, 18 de septiembre de 2012

Este va a ser un invierno muy frío

Le recoges en moto y, aunque es verano, de pronto esa mañana hace frío. 
El tiempo no sé si hoy quiere haceros recordar lo feliz que eráis en invierno,
o haceros ir al próximo invierno en un momento, por si acaso.
Y tiene que ser hoy, justo hoy, y se dan cuenta de que va a ser un invierno muy frío. 
El invierno más frío de todos los tiempos ahora que no podrán estudiar juntos, ni recogerle en moto. 
Podrás irte a donde quieras pero, como ya te dije,
no te vayas, al menos de mi su vida.

©Alejandra
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jueves, 13 de septiembre de 2012

Erase otra vez.

Erase una vez una historia, la misma historia que la gente se limita a repetir.
Chico conoce a chica en el colegio, se enamoran y al cabo del tiempo no pueden vivir el uno sin el otro.
Bueno, a veces varía lo de conocerse en el colegio por el instituto, la universidad, incluso en un bar,  o vacaciones de verano.
La base es la misma. ¿Cuántas historias empiezan o acaban igual? Están hechas del mismo molde. Siempre. Aunque cada historia tenga sus matices.
Aunque hay veces, pocas veces, que la cosa es totalmente diferente.
Y esta fue una de esas veces. El chico no conoció a la chica, sino la chica conoció al chico. Y no fue ni en el colegio, ni en el instituto, ni en la universidad ni en el bar de la esquina.
Se re-conocieron en la residencia de ancianos, después de una vida separados. Es así, se re-conocieron, porque ellos ya se conocían desde hace muchos años, cuando la madre de ella limpiaba en la casa de él.
Hay personas destinadas a encontrarse. Y tras una vida sin saber que se buscaban, ellos se encontraron.

©Alejandra
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jueves, 6 de septiembre de 2012

E de Ella

Empezó a llover.
Y de pronto lo supo: no le iba a dejar ser feliz sin ella.

©Alejandra
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miércoles, 5 de septiembre de 2012

Café I. K.

La segunda vez que K se cruzó por mi camino fue algo más jodido.
Supongo que era martes, las cosas buenas siempre pasan los martes. Yo nunca pasaba por ningún café, pero ese día decidí no tirar por el atajo para ir a las clases, y en esquina de mi calle había uno. Y lo vi allí. Estaba sentado como aquellos ancianos que leen el periódico y escuchan la radio mientras toman un té por la mañana.
Sin embargo él no tenía periódico, ni escuchaba la radio. Tenía un vaso con un batido de vainilla y en sus manos una libreta donde apuntaba yo que sé.
Por un momento dudé si entrar, sentarme en la mesa de al lado y esperar que algo nos empujara a desayunar juntos.
Pero de pronto el sonrió aún mirando el papel, y me miró de reojo y allí estaba yo. Fuera de aquella cafetería, en aquella acera, con una carpeta en la mano y los ojos como ventanales, mirándole.
Entonces giró la cabeza, estornudó una vez más y me invitó a entrar.
Aquella mañana me enteré de lo de las tortitas sin nada mientras reía. Aunque lo que pasó dentro de aquel café es otra historia.

©Alejandra
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