miércoles, 28 de septiembre de 2011

Cada vez le tiene menos miedo al miedo

Ella también sabe lo jodido que es todo eso. En serio, se sabe de memoria como son esas lágrimas, y eso de cuando intentas decir algo, pero no te sale la voz. Conoce ese dolor en el estómago, esas mariposas de acero destrozando todo lo que encuentran en su camino. Ese ser y no ser. Ese pensar que conocías a una persona que se está comportando como una desconocida, y no con ella, sino consigo misma. Ese querer y no querer. Ese odio y a la vez miedo.
Pero ya no queda ni resto del amor que un día hizo milagros y ahora hace destrozos. Y se alegra por una parte, porque eso hace que se de cuenta de quién está, de quién estará y de quién nunca ha estado. Ahora es feliz, sin ti.
Pero ada vez le tiene menos miedo al miedo, y menos amor al amor.
Y creedme, que eso es lo más jodido de todo.

©Alejandra
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jueves, 22 de septiembre de 2011

Tardó exactamente 31 días, y después 94 noches en olvidarla

La quiso, le echó de menos, le maldeció, la odió, deseó no verle nunca más.
Pero le volvió a echar de menos, a amarle, a recordar todos los momentos en aquella casa. De sus tacones desordenados bajo su cama por las noches, y los cinturones por la mañana en su escritorio. Se acordó de ella. De como se amaban. Del amor. Del miedo a no volver a amarse.
Tardó en olvidarla exactamente treinta y un días. Treinta y un desayunos sin café con besos, sin abrazos recién levantados, ni las siestas sin dormir. Tardó treinta y una meriendas sin merendar sobre el mantel verde porque seguía oliendo a su colonia, desde aquel día que se le derramó un poco y desde entonces merendaban siempre con ese mantel.
Ese día treinta y uno, fue jueves. Odiaba los jueves, pero ese le gustó. Se olvidó de ella por las mañanas, por las tardes.
Desde ese treinta y uno no durmió siesta, merendó sobre el mantel verde y desayunó café sin besos, y no le importó.
Pero entonces, llegaron las noches, jodiendo, y su cama era demasiado grande para él solo.
Y la quiso, le echó de menos, la maldeció, la odió, deseo no verle más.
Pero le volvió a echar de menos, a amarle durante noventa y cuatro largas noches.
Y después, después de treinta y un días y noventa y cuatro noches,
le olvidó.

©Alejandra
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domingo, 18 de septiembre de 2011

Así era ahora su amor.


Se despertó con sueño. Bueno no. No se despertó con sueño, se despertó con ganas de soñar. Llevaba mucho tiempo dándole vueltas a lo mismo, quizás incluso más de un año. "Fin". Que palabra más inverosímil. Fin, final, que se acabó. Y a la misma vez principio, que empieza.
Al cerrar una puerta detrás de ti, lo que realmente haces es entrar en otro sitio, no solo salir. ¿Raro, verdad? Eso mismo pensó ella aquella mañana que se despertó con ganas de soñar.
Se acabaron sus sentimientos, sus ganas de verle, de sentirle, de besarle, porque ya no estaban, porque tampoco querían que estuvieran.
A veces no le terminaba de convencer que fuera así, porque cuando desaparecieron esos sentimientos tristes y el dolor, su sitio lo ocupaban de alguna manera los recuerdos bonitos, incluso los recuerdos que tenía a las tres de la tarde cuando él salía de estudiar.
Él estaba estropeando todo lo que un día hizo bien, poco a poco, y eso le jodía. No por nada, sino porque ella lo único que le quedaban eran los recuerdos, y era a eso a lo que se aferraba cada noche antes de dormir.
Pero aquella mañana que se despertó con ganas de soñar, fue bonita. Descubrió que estaba cerrando la puerta al dolor, y descubrió que eso no suponía cerrársela también a los recuerdos, sino más bien abrirla.
Podía disfrutar cada noche del brillo de algunas estrellas que se apagaron ya hace tiempo. Y así era ahora su amor.

©Alejandra
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miércoles, 14 de septiembre de 2011

Pasó cuando ella era otra mujer.

Empezaron siendo amigos de esos que a veces juegan a quererse prometiendo dejar el corazón a un lado, y vivir el momento.
Pasó cuando ella todavía estaba soltera, era joven y no sabía que al final ese capricho de un verano se iba a convertir en su futuro marido.
Porque aunque él le repita que se enamora de ella cada día, ella también se enamoró una vez de él.
Lo había hecho hace mil años, cuando él era otro hombre, ella era otra mujer,
y la vida era otra vida.

©Alejandra
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domingo, 11 de septiembre de 2011

Si lo hubiera sabido, quizás hubiese sido diferente.

Si hubiera sabido que era el último día le habría dicho que que el día que salió del entrenamiento y le vio a ella allí, no había pasado de casualidad. Que aunque le había dicho que le venía de camino, había estado pensando toda la tarde si ir, porque se moría por verle. Si lo hubiera sabido, lo del último día, le hubiera dicho que le encantaba que le dijese lo de su lunar en el hombro, aunque se picara. Que tenía una sorpresa para él, y que aunque tuviera prisa no le hubiera importado llegar tarde, porque era eso, el último rato.
Si lo hubiera sabido, de verdad, que le hubiera dado la carta. Le hubiera contado la verdad sobre su vida, y le hubiera dicho te amo. Pero no te hubiera llamado al día siguiente.
Si lo hubiera sabido le habría dicho todo eso que crees que no hace falta decir, pero que a la vez necesitas escuchar, por muy obvio que fuera. Como también le hubiese dicho que era suya, y que estaba total y perdidamente enamorada de él.
Pero ella no lo sabía, quizás él sí.
Si hubiera sabido que era el último día le habría dicho constantemente ''te quiero'' y no se hubiera conformado con saber que ya lo sabía.


©Alejandra
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miércoles, 7 de septiembre de 2011

Hagamos el odio.

Se miran, y ya no queda amor. Ni un poquito, al menos por parte de él.
Si algo le ha enseñado la vida es que hay que pasar página. Él ya lo hizo. Ella ya lo está haciendo.
Dicen que donde hubo fuego quedan cenizas, pero el viento este que corre en verano se las ha llevado con él.
Hasta los recuerdos se están yendo sin querer, hasta ellos están hartos.
Él ya no siente nada, a ella ya no le queda nada. Y como siempre, no les queda otra.


- Hola.
+ Buenas noches.

Y ahí, se dan cuenta de que es verdad, que ya no queda amor.
Y quizás ahora, y solo quizás, ya no escueza tanto.


©Alejandra
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jueves, 1 de septiembre de 2011

Ha vuelto a soñar contigo.

Ha vuelto a soñar contigo. Pero ha soñado dormida, despierta ya no quiere ni saber tu nombre. Se acostó con dolor de cabeza y al despertarse se ha asombrado de aún conservarla.
En ese sueño (por primera vez) no llevabas tus pantalones claros, esos que tanto le gustaban a ella. Y a ti ponértelos para que ella te lo recordase.
Tampoco estabais paseando de la mano, ni en su casa, ni en la tuya. Esta vez no.
Ni le mirabas, ni tu boca le volvía a pertenecer, ni la palabra "perdón" se escuchaba en ninguna parte del sueño.
Ibas de la mano de otra, y ella se acercaba solo para decirte que te fueras, que no volvieras en un tiempo, que sería lo mejor.
Y se despertó, y volvió a llorar, como cada vez que soñaba contigo, solo que esta vez sus lágrimas eran distintas.
Esta vez lloraba porque sabía que no se iba a ir, que no le importaba que tuviera a otra tía (o a ochenta), pero que no quería verle en un tiempo, y sin embargo, sentía la impotencia de saber que eso era imposible.
Que ahora tendría que verle, y recordar que la noche siguiente a la tormenta que nos despertó a todos a las cinco de la mañana, volvió a soñar contigo.

©Alejandra
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