
Pero le volvió a echar de menos, a amarle, a recordar todos los momentos en aquella casa. De sus tacones desordenados bajo su cama por las noches, y los cinturones por la mañana en su escritorio. Se acordó de ella. De como se amaban. Del amor. Del miedo a no volver a amarse.
Tardó en olvidarla exactamente treinta y un días. Treinta y un desayunos sin café con besos, sin abrazos recién levantados, ni las siestas sin dormir. Tardó treinta y una meriendas sin merendar sobre el mantel verde porque seguía oliendo a su colonia, desde aquel día que se le derramó un poco y desde entonces merendaban siempre con ese mantel.
Ese día treinta y uno, fue jueves. Odiaba los jueves, pero ese le gustó. Se olvidó de ella por las mañanas, por las tardes.
Desde ese treinta y uno no durmió siesta, merendó sobre el mantel verde y desayunó café sin besos, y no le importó.
Pero entonces, llegaron las noches, jodiendo, y su cama era demasiado grande para él solo.
Y la quiso, le echó de menos, la maldeció, la odió, deseo no verle más.
Pero le volvió a echar de menos, a amarle durante noventa y cuatro largas noches.
Y después, después de treinta y un días y noventa y cuatro noches,
le olvidó.
©Alejandra
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Sin duda treinta y un dias y noventa y cuatro noches pueden ser muy largas para olvidar a una persona. Genial como siempre ¡ Un abrazo!
ResponderEliminarMe llego al alma :)
ResponderEliminarMuchísimas gracias a las dos! ♥
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